He empezado a escribir esta entrada con afán puramente descriptivo: estos son los hechos, estos son los números, ha pasado esto y lo otro, se ha ganado tanto y se ha perdido tanto. Pero en seguida me he dado cuenta de que no tiene sentido. Todo lo que ha hecho José Mourinho en el Real Madrid lo ha hecho con pasión -ya dijo Hegel que nada grande se puede hacer sin ella-, y su figura no merece frialdad en la despedida, aunque él no la vaya a leer, aunque quede aparcada en una esquina de internet. No hablaré aquí en plural, porque esta es mi opinión y no pretendo proyectarla en nadie más. Siempre le estaré agradecido a José Mourinho por lo que ha hecho por mi club, por mi puto Real Madrid. Y siempre me quedará esa honda decepción de lo que pudo ser y no ha sido, por responsabilidad suya y de otros. Pero por encima de todo estará la inmensa gratitud por remover mi madridismo, por vincularme otra vez a este equipo, por hacerme sentir orgulloso, después de tanto tiempo, de ser del Real Madrid.
Esa cosa tan tonta, ya se sabe.
José Mourinho deja un Real Madrid mejor que el que encontró. En lo deportivo: deja una plantilla mejor; los jugadores que ya estaban son hoy mejores; los que no conocían las rondas nobles en Europa ya las conocen; los que no sabían que jugar en el Real Madrid implica luchar por todo, siempre, ya lo saben. Pero también en lo institucional y lo social: la nefasta figura de Valdano ha desaparecido; la prensa ya no compadrea con los jugadores ni tiene mano en las decisiones del club; una inmensa mayoría de aficionados se ha dado cuenta de que, independientemente de quién ocupe el cargo, es el entrenador el que tiene que tomar las decisiones deportivas que crea convenientes.
El Real Madrid es mejor hoy que hace tres años, y se han sentado las bases para transformar al club en una institución realmente moderna y funcional. Que se decida (o no) construir sobre esas bases es decisión del presidente, un Florentino Pérez que ha permitido -él mismo lo ha reconocido en rueda de prensa- que los medios de comunicación desgastaran el proyecto y acabaran precipitando la salida de José Mourinho, sometiéndole a un acoso y derribo salvaje y sin precedentes a lo largo de sus tres años en el puesto.
Efectivamente, Mou se va porque no aguanta más, porque él ha trabajado con honestidad y profesionalidad mientras su proyecto era boicoteado en dos frentes, mientras que sus supuestos aliados colaboraban con su silencio cómplice.
El primer frente: la prensa. La inmensa mayoría de la prensa -seremos benévolos salvando a algunos, porque siempre hay alguien a quien salvar- , ha actuado de forma desleal, cobarde y destructiva. Sobrepasaron desde el primer momento el listón de la sana crítica periodística, del análisis, y se entregaron rabiosos al ataque personal e indiscriminado. A José Mourinho se le ha atacado sin descanso desde Marca, As, El País, la COPE, la SER, Ondacero, Radio Marca y otros medios menores, y se le ha criticado sólo con algo más de cordura desde El Mundo, ABC o La Sexta. Todo ello aun cuando el desempeño deportivo era más que notable y la gran mayoría del madridismo apoyaba a su entrenador. Cuando esto cambió, no hubo árbol caído suficiente para tanta leña que quisieron hacer.
El segundo frente: las ovejas negras del vestuario. No creo que, hasta la eliminación en Copa de Europa frente al Borussia, las manzanas podridas fueran más de dos o tres. En un vestuario de fútbol cada uno va por su lado, más allá de las lógicas afinidades personales, y es evidente que los futbolistas saben que con pocos entrenadores como con José Mourinho podían llenar sus currículos de trofeos. Aparte de esto, todos los futbolistas que alguna vez jugaron para Mou coinciden en idolatrarlo. Pero el vestuario del Madrid es especial: aquí estamos acostumbrados a una larga dinastía de caciques que se sienten intocables, más importantes que el club y con derecho a hacer y deshacer a su antojo. El último de estos caciques, Iker Casillas Fernández, utilizó toda su influencia mediática (filtraciones a periodistas más que reconocidas en el mundillo; declaraciones de su novia criticando a compañeros o diciendo que el vestuario no apoyaba al entrenador; críticas abiertas del propio Casillas a compañeros tras fallar; etcétera) para sus propios fines. La desvergonzada y unánime campaña de la prensa deportiva para que volviera a la titularidad Casillas después de ser relegado al banquillo primero por sus muy pobres actuaciones deportivas y después por una lesión es la muestra más clara de la ascendencia del jugador sobre los periodistas y de la falta absoluta de rigor, capacidad analítica y profesionalidad de la mayoría de estos últimos.
Y por último, el supuesto aliado: el club. Colaborador necesario de los desmanes señalados anteriormente con su silencio cobarde y cómplice. Mourinho ha estado sólo en la defensa del club y del proyecto, y eso no ha hecho más que añadir un foco de desgaste a su labor.

Son muchos y grandes los obstáculos que ha tenido Mourinho, un entrenador de fútbol, para llevar a cabo su labor, pero flaco favor haríamos a su figura si nos refugiáramos en el victimismo y abandonáramos aquí el análisis. Mourinho es el mejor entrenador del mundo por alcanzar la excelencia en diversos campos: riqueza y versatilidad táctica, capacidad de adaptación al rival y al entorno competitivo, mejora del futbolista, control de elementos extradeportivos, capacidad de motivación, lectura del juego y dirección de campo.
Y, sin embargo, su Real Madrid ha tenido carencias y defectos que le han impedido alcanzar su techo de rendimiento. Separaremos el análisis en los tres años, pues hay suficientes diferencias entre ellos.
Año 1. El Real Madrid necesita creer en sí mismo como equipo, viene de dos años en blanco, de seis sin hacer nada en Europa y de ver cómo el eterno rival establece una hegemonía nacional e internacional de juego y títulos. En liga el equipo comienza titubeante pero muy pronto se encauza y empieza a jugar muy bien, hasta que el famoso 5-0 en el Camp Nou hace dar un paso atrás. El ritmo y el nivel de juego no se termina de recuperar en liga, pero el equipo hace una Copa fantástica y tumba en Champions el fantasma de los octavos. En el clímax de la temporada, el rallye de partidos frente al Barça, se gana con brillo y emoción la Copa mientras que caemos eliminados en Champions, tras un 0-2 en el Bernabéu en el que Mou pecó de conservadurismo en el planteamiento, buscando el 0-0 (aunque esto no sea algo negativo de por sí, seguramente el equipo estaba emocionalmente preparado para salir a ganar ese partido tras la victoria copera) y de falta de cintura tras la expulsión de Pepe.
Año 2. La liga de los récords (100 puntos, 121 goles), el cambio de tendencia en los Madrid-Barcelona, el año que mejor ha jugado el Madrid desde que veo fútbol y el año que más cerca ha estado la Décima. El Madrid alcanza un nivel de brillantez en su fútbol que le hace pasearse en liga y avanzar con comodidad rondas en Europa. Quedamos eliminados en cuartos de Copa frente al Barcelona, pero tras la ida de esa eliminatoria solo perderemos un partido de los siete siguientes frente a los culés (el más irrelevante, además, la ida de la Supercopa del año siguiente). El Madrid ha conseguido, por fin, superar al Barça, y sólo le queda ganar la Copa de Europa para establecer una nueva hegemonía. Sin embargo, el equipo peca de falta de competitividad en la semifinal frente al Bayern, no sabiendo hacer efectiva su presunta superioridad futbolística por falta de control sobre cada situación del juego. Heynckes le gana la partida a Mou y el Madrid no alcanza la final de Champions, aunque completa una gran temporada.
Año 3. Sin duda el peor de los tres. Tras ganar la Supercopa, el Madrid realiza un pésimo comienzo de liga que le condena para el resto del año, ya que el Barcelona no falla. La falta de incentivos en el día a día se convierte en una losa: el equipo jamás se acerca al nivel de juego del año anterior. Aun así, el equipo se planta en la final de Copa (tras eliminar al Barça con un 1-3 en el Camp Nou) y en semifinales de Champions (tras eliminar a Manchester United y Galatasaray). De nuevo el fiasco llega en esta ronda y es lo suficientemente reciente como para no tener que recordarlo. El equipo sigue sin saber competir en los momentos de máxima importancia. La final de Copa, disputada en medio de un clima totalmente enrarecido, se pierde ante al Atlético de Madrid de Simeone.
El principal defecto de este Real Madrid ha sido, como ya he apuntado, la falta de competitividad. Ha habido equipos peores que han sabido dominar el otro fútbol, o que han sabido controlar emocionalmente situaciones del juego y que han salido victoriosos. El Madrid de Mou ha sido, de forma sorprendente, un equipo bastante frágil en el aspecto mental, y lo ha pagado cuando ha tenido que enfrentarse a equipos que seguramente sean ligeramente inferiores en potencia, pero que tuvieron sangre en el ojo y supieron apretar los dientes cuando hizo falta.
Algunos han apuntado que el Madrid se centró demasiado en ser una máquina anti-Barcelona y se olvidó de que existían otros grande equipos ahí fuera. No me parece una explicación nada mal tirada. En todo caso, siempre faltó un punto de veneno en este equipo, y otro de frialdad mental.

Echo la vista atrás tres años y recuerdo el día en que llegó José Mourinho. Las perspectivas a tres años vista eran mejores de lo que luego se logró, sin duda: Mourinho es el mejor y yo esperaba, sin rodeos, que consiguiera más de lo que ha conseguido. Por eso hay un punto de amargura, una sensación de extraña decepción ahora que se marcha. Su etapa aquí ha sido francamente positiva pero, y aun teniendo en cuenta todos los condicionantes, esperaba más en lo deportivo.
Pero no sería justo acabar así. Mourinho me ha devuelto la pasión por mi equipo, el orgullo, la fiereza. Me ha hecho identificarme con él, con sus jugadores, con su proyecto, con su fútbol agresivo y vertical, con esas oleadas de ocasiones y goles. Me ha hecho volver a recordar lo que es ganar en primavera, como decía Jabois, lo que es volver a la aristocracia europea, y ser temido. Me ha hecho emocionarme, me ha hecho vibrar, me ha hecho sentir cosas grandes. Y eso solo lo consiguen aquellos a los que amas.
Se va Mou a Londres, a ser feliz, a desintoxicarse de una etapa que le ha desgastado pero de la que seguro que ha aprendido. Se va Mou y sé que triunfará, porque no hay otro como él. Se va Mou y espero que un día, si es que alguna vez nos convertimos en un club serio partiendo del camino que él trazó, quiera volver, y acabar el trabajo que dejó incompleto. Nos lo merecemos todos los madridistas. Pero sobre todo se lo merece él.
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